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ARQUEOLOGÍA, MUSEOLOGÍA Y COMUNICACIÓN
Joan Santacana Mestre
LOS MERCADERES DE LA CULTURA
Es Donald Sassoon quien, en la introducción de su fundamental obra sobre
Cultura. El patrimonio común de los europeos (2006: 2-23), plantea el hecho
que nos levantamos cada día por la mañana gracias a un aparato que sintoniza una emisora de radio; tomamos el metro y durante el trayecto miles de ciudadanos leen un tabloide repartido gratuitamente, o escuchan música en sus
mini aparatos; nos sumergimos en tiendas y oficinas en las cuales las ofertas
de productos culturales son continuas; salimos por las tardes al cine o al teatro que son productos típicamente culturales; en nuestras vacaciones o fines
de semana visitamos ciudades que son grandes contenedores de patrimonio
cultural o bien visitamos conjuntos monumentales o parques nacionales que
constituyen las piezas más notables del patrimonio común. Así, los hogares
al despertar o el metro por la mañana vibran con el consumo de cultura. La
mayoría de la gente comienza el día oyendo música y cuando vuelva a casa,
millones de ciudadanos encenderán la televisión, los reproductores de video
o iniciaron una sesión de internet. ¡Nunca antes de esta época se había consumido tanta cultura!
Entre el consumo de cultura y otras formas de consumo hay, sin embargo,
algunas diferencias; la más importante es que este consumo, a diferencia del
de las pizzas, va acompañado de símbolos discretos de calidad, de distinción
o de clase. Ha de ser siempre una producción diferenciada, original y distinta,
de tal forma que cada libro, cada película, cada museo es una inversión que
conlleva el riego. Sin embargo, nadie duda que este consumible que llamamos cultura pueda ser una fuente de placer; pero sin olvidar que también
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JOAN SANTACANA MESTRE
son una fuente de prestigio; por ello, mucha gente prefiere a veces ir a una
exposición de arte o de arqueología que tomarse un helado en una terraza,
aun cuando lo segundo puede que le produjera mas placer que lo primero.
El consumo de arqueología forma parte de este enorme bagaje cultural;
reportajes más o menos rigurosos en los canales televisivos, películas cuyo
trasfondo puede ser la arqueología o films rodados en escenarios arqueológicos no son raros en este contexto. ¿Quiénes son los productores de esta
cultura? Puede que antes de ser productores de cultura, muchos hayan sido
consumidores; poco importa el medio utilizado para el consumo cultural.
¿Fue el cine? ¿Fueron algunos programas televisivos? ¿Fue alguna revista de
divulgación? En todo caso, el consumo de cultura suele desarrollar sus propios mercados; como cualquier otro elemento de consumo, cuanto más se
consume más aumenta el deseo de consumir. En el fondo, la industria cultural es una industria del placer y opera por retroalimentación. ¡Los productores de la cultura saben esto!
¿CONTENIDO VERSUS FORMA?
Deberíamos fijar nuestra atención en quiénes son los que hacen esto y por
qué hay tan pocos profesionales de la ciencia arqueológica detrás de estas industrias. Los que se dedican a esto, frecuentemente no es gente de ciencia; los
científicos no están con ellos y en el mejor de los casos son estorbos a los cuales hay que soportar. Lo que predomina es la forma sobre el contenido; suelen
desaparecer los grandes temas que cautivaron el interés del investigador y el
discurso dominante suele ser propio de mercaderes. Es como una especie de
bricolaje intelectual, en el que se mezclan en proporción variable, la publicidad, el diseño, la ciencia y la arquitectura. De esta forma, el museo es un escaparate en donde se muestran estos productos del bricolaje. Naturalmente, lo
interesante de la investigación, al menos en arqueología, es que cada trabajo
es diferente al anterior; cada yacimiento presenta una problemática distinta
y especifica, cada piedra, cada hueso es un mundo de incógnitas no siempre
resueltas. Es bien sabido que el mundo de la investigación está reñido con
el de la estandarización, pero la estandarización es el nervio de la industria
cultural, ya que sólo así multiplica el beneficio. Es por ello que vemos que
cuando en un museo arqueológico alguien coloca una réplica funcional de
un molino de rotación, si el ejemplo tiene éxito, se difunde; en todos hay
interactivos con estratigrafías, o piezas “rotas” que cual rompecabezas hay
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Arqueología, museología y comunicación
que reconstruir y así sucesivamente. ¿Cuál es la tarea del investigador que
honestamente se preocupa por la difusión del conocimiento? ¿Donde están
los límites entre la ciencia y el entretenimiento o el negocio? ¿Cómo poner
límites a los mercaderes? (figura 1).
¿HAY QUE TENER PRESENTE LA INTELIGENCIA
EMOCIONAL EN LA ARQUEOLOGÍA?
El patrimonio arqueológico tiene unas características diferenciales con respecto a otros tipos de patrimonio aun cuando participa de caracteres comunes. Al igual que el patrimonio artístico, la arqueología tiene la capacidad
de emocionar, incluso cuando los restos materiales que ofrece son escasos.
Saverio Scrofani, en su viaje a Grecia en 1799, ya el umbral del siglo xix, escribió entusiasmado:
¿Qué importa que Esparta, Atenas y Corinto hayan desaparecido
para siempre? El terreno donde se levantaron contiene aún en su seno
las ideas sublimes que inspiró en el pasado… ¡Y el silencio! El silencio
hará que me sienta conmovido y que suspire en este majestuoso teatro
donde tuvieron lugar tantas hazañas gloriosas.
Figura 1. Rodaje en la Ciudadela Ibérica de Calafell (Tarragona). ¿Donde están los límites entre la ciencia y el entretenimiento o el negocio? (fotografía Joan Santacana).
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JOAN SANTACANA MESTRE
No importa los motivos que tengamos para las emociones; el sabio erudito griego Rizos Neroulos, cuando en 1839 pronunció la conferencia inaugural de la Sociedad Arqueológica Griega, emocionó a sus conciudadanos
al decirles “estas piedras, gracias a Fidias, Praxiteles, Agorácrito y Mirón,
son más preciosas que los diamantes y las ágatas ya que es a estas piedras
a las que debemos nuestro renacimiento político”. La arqueología mantiene sin duda alguna el halo del romanticismo y por ello es posible todavía
vincularla a la aventura, a la expedición exótica y al misterio del pasado
remoto. Esta capacidad de emocionar la comparte sin duda con determinadas artes visuales o plásticas, tales como el cine, el teatro, la fotografía o
la pintura. Nos emocionan, conmueven o alteran las sensaciones de miedo,
terror, placer, rabia, sorpresa, alegría, tristeza, asco y muchas más. Y es que
existe realmente la denominada inteligencia emocional, es decir, una capacidad de relacionarse e interactuar con el entorno y con los demás. Así, es
innegable que hay emociones que están asociadas al placer, ya que cuando
tenemos una necesidad y la saciamos, inmediatamente experimentamos
una sensación agradable; hay también emociones que se relacionan con el
recuerdo; a veces parece como si en nuestra mente se abriera una carpeta
del ordenador central y nos mostrara recuerdos que habían permanecido
“cerrados” durante mucho tiempo. De la misma forma podemos afirmar
que hay emociones ligadas al descubrimiento; experimentamos una sensación agradable e indescriptible cuando descubrimos algo; ello no sólo se da
en el campo de la arqueología y de la ciencia; muchas personas sienten esta
sensación cuando identifican, basándose en detalles, un autor o un cuadro
en una galería de arte. También experimentamos sensaciones peculiares
cuando un elemento del patrimonio nos recuerda algo de nuestro país, de
nuestro universo cultural o ideológico. Todo esto está muy relacionado con
lo que se denomina inteligencia emocional. Hay personas que desde una
determinada posición erudita desprecian las emociones ligadas al patrimonio, cual si fueran manifestaciones espurias, irracionales y primitivas. Sin
embargo, la capacidad emotiva del patrimonio es real, existe y no hay nada
de malo en ello; ciertamente existen falsas razones para despreciar este universo emotivo de las personas. Al igual que el arte, que el teatro o el cine,
el patrimonio puede emocionar. Kavafis se emocionó ante las Termópilas,
no por lo que allí ocurrió, sino por su capacidad de significación. Por esto
escribió su bello poema:
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Arqueología, museología y comunicación
Honor a aquellos que en sus vidas
custodian y defienden las Termópilas
sin apartarse nunca del deber;
justos y rectos en sus actos,
no exentos de piedad y compasión (…)
EL APORTE DE CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
Sin embargo, a diferencia de otro tipo de patrimonio, el patrimonio arqueológico tiene la característica de aportar conocimiento científico. Junto a su
capacidad de emocionar, hay la capacidad de generar conocimiento científico; la arqueología es una disciplina fronteriza entre otras muchas. Requiere
de la física para conocer la materia, de la química para analizar, de la geología,
de la edafología, de la paleontología, de la antropología, de la historia, de
la ingeniería, de la virtualidad, de la arquitectura, de la microbiología, de la
anatomía humana, y de un sin fin de disciplinas más o menos instrumentales.
Es por esta razón que tiene un alto potencial educativo, y es capaz de generar
conocimientos transversales. Y la transversalidad es una de las grandes bazas
del aprendizaje.
Por otra parte, la arqueología implica siempre el desarrollo de una didáctica
basada en el objeto; quien no comprenda la importancia que tiene saber leer el
pasado en el cuello de las ánforas no puede comprender a los arqueólogos. Y sin
embargo, ¿qué educador no conoce las ventajas de enseñar a deducir a partir de
los objetos? ¿Quién no valora la capacidad que tiene un objeto de evocar cosas?
¿Cómo desconocer que los huesos a veces también hablan? Este es el segundo
valor educativo de esta ciencia; es la ejemplificación perfecta de la didáctica del
objeto. Una lata de Coca Cola o un vaso cerámico de campaniense nos pueden
decir mucho de las sociedades que tienen o tuvieron detrás.
Sin embargo, uno de los aspectos que hacen de esta disciplina un instrumento educativo de alto potencial es el método. Nuestros sistemas educativos tienen muchas debilidades como es bien sabido; una de ellas es el olvido
del método ¡La enseñanza de la historia ha padecido siempre este mal! Ya se
quejaba hace más de un siglo Rafael Altamira, cuando denunciaba que la enseñanza de la historia que se hacía –y se hace– en España era ametodológica
y vacía. Decía el erudito decimonónico que la historia era una disciplina que
los historiadores cocinaban en sus cocinas, elegían los ingredientes y servían
a los alumnos de escuelas y universidades los platos preparados sin que estos
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JOAN SANTACANA MESTRE
supieran nada de las fuentes primarias con las cuales habían sido elaborados.
¡Como si no tuvieran los alumnos capacidad de cocinarlos! Y naturalmente,
la historia, como la arqueología, sin método, es un engaño, es un mito.
La arqueología enseña a interrogarnos sobre problemas del pasado y del
presente; nos sugiere y plantea hipótesis de trabajo, nos remite a los restos
materiales y demás fuentes para apoyar las hipótesis y para ello hay que saber
analizar críticamente las fuentes, los restos, los objetos, clasificarlos, compararlos, en definitiva “leerlos”. Finalmente nos conduce a conclusiones, casi
siempre provisionales, modestamente planteadas ya que suelen ser mejoradas en cada generación, al igual que ocurre con la física o con cualquier otra
disciplina que se base en el método científico. ¡Y nos deja más preguntas de
las que resolvió! Esto es lo más educativo de la arqueología.
¡HASTA LOS LÍMITES DEL CONOCIMIENTO!
Finalmente hay que decir que la arqueología nos permite avanzar hasta los
límites mismos del conocimiento. Los arqueólogos y arqueólogas vemos el
mundo en dos dimensiones, en planta. Y nuestras hipótesis son sobre ¿cómo
eran los alzados? Para ello hay que utilizar hipótesis difíciles de demostrar,
hay que manejar la iconografía virtual, la proyección arquitectónica, la antropología cultural o el sentido común. Y es evidente que en este terreno de
arenas movedizas nos acercamos a los límites del conocimiento, hasta el preciso momento en el que la pregunta ¿cómo lo sabes? ya no obtiene una fácil
respuesta. Pero quien no se acerca peligrosamente a los limites no hace avanzar la ciencia y la arqueología es un disciplina que a menudo se mueve en los
límites de este conocimiento ¡Y esto también es educativo!
Hasta ahora parece que sólo he hablado de arqueología; pero en realidad
estamos hablando de educación, porque la función didáctica de la arqueología es mostrar todo esto; cautivar, emocionar, acercar al ciudadano al método
científico, mostrar los límites del conocimiento.
EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO ES EDUCATIVO PORQUE
MODIFICA LA FORMA DE PENSAR Y DE COMPORTARNOS
¿Y el museo? El museo es como la escuela; son instrumentos educativos.
Quien realmente debe educar es la familia, la ciudad toda. Educar es una
tarea colectiva y si no es colectiva fracasa. Los maestros y los museos pueden y deben enseñar cosas; pueden y deben educar, pero como instrumentos
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Arqueología, museología y comunicación
menores; cuando fracasa la educación, en realidad fracasa la ciudad y la sociedad como ente educador ya que se educa cada vez que se realizan acciones
que tienden a modificar positivamente el comportamiento y la forma de pensar de las personas. Por lo tanto, el museo tiene un papel modesto, pero interesante e irrenunciable en la tarea de educar. Ello es así porque nosotros, que
cada vez más vivimos inmersos en mundos virtuales, tenemos nuestros sentidos atrofiados; bebemos leche que no tiene sabor de leche; vemos imágenes
de personas que son construcciones casi virtuales, recibimos mensajes mediante instrumentos que anulan algunos de nuestros sentidos; nunca como
hoy estamos más alejados de la realidad, de lo real y tangible, de aquello que
contiene materialmente porciones de realidad. Y muchas de estas cosas reales y tangibles están en los museos.
Los museos han de servir para esto; y los museos de arqueología deben intentar cumplir este papel. Llevo muchos años de mi vida profesional viendo museos, muchos de ellos son de arqueología; en los últimos años han crecido muchísimo los centros de interpretación cuya finalidad también es la arqueología
de alguna u otra forma. Se trata de centros diseñados con una mentalidad en la
que se observa el triunfo del diseño, de la arquitectura y con una tecnología sofisticada de pantallas y audiovisuales. Casi siempre tratan de transmitir visiones
más o menos realistas del pasado; recrean virtualmente la realidad con mejor o
peor fortuna… y sin embargo, transcurrida la sorpresa inicial, aburren, generan
desinterés. En ocasiones estos centros de interpretación tienen un modesto yacimiento arqueológico a sus pies… Y ¡el museo no tiene ni la fuerza para generar
la curiosidad de los visitantes, que no acceden a las ruinas! Yo no tengo fe en este
tipo de equipamientos, porque no tienen capacidad de emocionar, ni de sorprender, ni me permiten descubrir, ni me enseñan el método, ni tan siquiera me
dicen cuando han traspasado los límites del conocimiento. Un torrente de dinero ha generado estos equipamientos, al margen de los intereses de la ciencia, de
los ciudadanos, de la escuela y del conocimiento. La museografía ha de educar
con otras herramientas. Pero esto ya es otro tema que no vamos abordar ahora.
YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS
ESCAPARATES DE LA INVESTIGACIÓN
Un problema muy distinto es transformar los yacimientos arqueológicos
en espacios de presentación del patrimonio, en escaparates de la investigación arqueológica. En España no hay mucha tradición en aplicar los
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JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 2. Vista del parque arqueológico de Untherulhdingen, ideado por Schmidt a
principios de los años veinte del siglo pasado (fotografía Joan Santacana).
Figura 3. Detalle del parque arqueológico alemán de Unterulhdingen, un modelo de
yacimiento palafítico en la frontera suizo-germana (fotografía Joan Santacana).
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Arqueología, museología y comunicación
conceptos, métodos y técnicas de la museografía didáctica en este tipo de
espacios. No suele aceptarse que los yacimientos arqueológicos han de ser
también espacios para presentar el patrimonio arqueológico de forma rigurosa y a la vez didáctica. La tradición europea, en este sentido es mucho
más variada y rica. En setiembre del 2007, el Instituto del Patrimonio Arqueológico de Bohemia central, juntamente con el Centro Arqueológico
Europeo de Bibracte organizó una mesa redonda para debatir los temas
de gestión y presentación de estos yacimientos arqueológicos. No es la
única iniciativa en este sentido, pero sí que es la más reciente; sorprende la ausencia de investigadores españoles; no hay tampoco instituciones
públicas interesadas y es que nuestro modelo se aleja mucho todavía de
los parámetros de la Europa Central. La razón de ello, probablemente es
que los yacimientos europeos representados se inscriben en la corriente
de Museos al Aire libre, tan cercana a la de la museografía didáctica, ya
que normalmente incluyen reconstrucciones in situ. Las reconstrucciones
arqueológicas de hábitats prehistóricos desaparecidos en algunas zonas
de Europa no es una tradición reciente, ya que la primera experiencia en
este sentido fue en Dinamarca, en Broholm, hace más de cien años, bajo
la iniciativa de F. Sahested. El trabajo de reconstruir una cabaña se hizo
con los propios útiles de sílex, especialmente hachas y buriles. Al mismo
tiempo en Suiza, también hace más de un siglo, C. F. Bally reconstruyó
un pequeño yacimiento arqueológico de tipo “palafítico” en Schönenwed
(Cantón de Arvogie); en Alemania las primeras experiencias se remontan
al 1922, en Unterulhdingen, gracias a la iniciativa de R. R. Schmidt de Tubinga y su alumno H. Reinerth. Un estado de la cuestión de estas reconstrucciones europeas permite saber que después de estos primeros pioneros
fue creciendo en Europa y Norteamérica una auténtica red de yacimientos arqueológicos reconstruidos, entre los cuales se hallan conjuntos tan
singulares e importantes como Heuneburg o el propio Unterulhdingen en
Alemania, Parco Montale en Italia, Eketorp en Suecia, Calafell en España o
Biskupin en Polonia (figuras 2 a 11) (Santacana y Hernández, 2011: 223-242).
Estos espacios de presentación del patrimonio arqueológico son interesantes en la medida que incorporan fórmulas de arqueología experimental;
espacios científicos y didácticos por excelencia pierden su sentido cuando
pretenden únicamente fosilizar hipótesis arqueológicas, es decir, mostrarnos “belenes” del pasado. Su importancia reside en el hecho que a menudo
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JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 4. Yacimiento de Parco Montale en Módena (Itália). Es un ejemplo de utilización del modelo de réplica para presentar un yacimiento arqueológico (fotografía
Joan Santacana).
Figura 5. Parco Montale (Módena, Italia). Interior de una de las casas (fotografía
Joan Santacana).
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Arqueología, museología y comunicación
la arqueología experimental es la única que puede validar las hipótesis de la
arqueología de campo. Al mismo tiempo son potentes herramientas didácticas siempre y cuando comuniquen no sólo los conceptos sino, sobre todo, los
métodos y los procedimientos. Esta divulgación didáctica del patrimonio no
sólo es útil para los ciudadanos, sino que es uno de los ejes fundamentales de
la conservación integrada de los yacimientos arqueológicos. Es por ello que
la Carta internacional para la gestión del patrimonio arqueológico, adoptada
por ICOMOS en 1990, en su artículo 2 dice que “La participación activa de
la población debe incluirse en las políticas de conservación del patrimonio
arqueológico (…) La participación se debe basar en la accesibilidad a los conocimientos, condición necesaria para tomar cualquier decisión. La información al público es, por tanto, un elemento importante de la “conservación
integrada”.
En los yacimientos arqueológicos habría que transmitir también el mensaje que “El patrimonio arqueológico es una riqueza cultural frágil y no renovable” (artículo 2). Es por ello que los investigadores deberíamos tener muy
presente también lo que reza el artículo 5 de la mencionada carta, a saber
“(...) Hay que admitir como principio indiscutible que la recopilación de información sobre el patrimonio arqueológico sólo debe causar el deterioro mínimo indispensable de las piezas arqueológicas que resulten necesarias para
alcanzar los objetivos científicos o de conservación previstos en el proyecto.
Los métodos de intervención no destructivos –observaciones aéreas, observaciones ‘in situ’, observaciones subacuáticas, análisis de muestras, catas,
sondeos– deben ser fomentados en cualquier caso, con preferencia a la excavación integral. (…) En casos excepcionales, yacimientos que no corran peligro podrán ser objeto de excavaciones, bien para esclarecer claves cruciales
de la investigación, bien para interpretarlos de forma más eficiente con vistas
a su presentación al público. En tales casos, la excavación debe ser precedida
por una valoración de carácter científico sobre el potencial del yacimiento. La
excavación debe ser limitada y reservar un sector virgen para investigaciones
posteriores”.
En efecto, la arqueología es una de las disciplinas que más ha cambiado en
los últimos treinta años; la incorporación de analíticas que nos permiten identificar el contenido de una vasija, era desconocido por la generación anterior
de arqueólogos; las fórmulas actuales de registro, con estaciones topográficas
muy sofisticadas nos ahorran engorrosos protocolos, los sistemas de teledetec-
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JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 6. Fortín de Eketorp, en Suecia, perteneciente a la edad del hierro báltico,
reconstruido in situ (foto cedida por Roeland Paardekooper).
Figura 7. Foto del interior del yacimiento de Eketorp en Suecia (foto cedida por
Roeland Paardekooper).
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Arqueología, museología y comunicación
Figura 8. Yacimiento de
la Ciudadela ibérica de
Calafell (Tarragona) (fotografía Joan Santacana).
Figura 9. Yacimiento de
la Ciudadela ibérica de
Calafell. Detalle de una
de las calles (fotografía
Joan Santacana).
Figura 10. Interior de
una casa de la Ciudadela
ibérica de Calafell. (fotografía Joan Santacana).
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JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 11. Biskupin. El gran asentamiento prehistórico de Polonia, reconstruido in
situ. Puerta de entrada con torre fortificada (foto cedida por el Museo de Biskupin).
ción y escáneres del suelo a base de georadar nos permiten conocer el subsuelo
con una precisión que hubiera sido envidiable por nuestros maestros. Todo
ello convierte a esta disciplina en un auténtico crisol de aplicación de técnicas
físico-químicas, además de la carga geológica que todo proceso de remoción
del subsuelo suele comportar. Todo ello nos permite realizar diagnósticos con
mayor rapidez y sin utilizar necesariamente técnicas agresivas como la excavación arqueológica total. Además hoy, más que antaño, somos consciente de la
rápida evolución de estas tecnologías que hace que una excavación realizada
con buen método hace tan sólo unas décadas nos parezca ahora “antigua” y, a
veces lamentemos incluso, haber agotado el yacimiento, ya que técnicas hoy
existentes nos hubieran permitido conclusiones que en su momento no pudieron ser extraídas y, por lo tanto, su información potencial se perdió.
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Arqueología, museología y comunicación
Es por todo ello que las políticas y estrategias de comunicación de los grupos de investigadores deberían orientarse a plantear no solo lo que sabemos
del yacimiento arqueológico en cuestión, sino también el cómo lo sabemos y
hacerles partícipes en la conservación del mismo.
BIBLIOGRAFÍA
Sasoon, D. (2006): Cultura. El patrimonio común de los europeos. Crítica. Barcelona.
Santacana, J. y Hernández, F. X. (2011): Museos de Historia, Entre la taxidermia y el
nomadismo. Ediciones Trea, Gijón.
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ARQUEOLOGÍA, MUSEOLOGÍA Y COMUNICACIÓN
Joan Santacana Mestre
LOS MERCADERES DE LA CULTURA
Es Donald Sassoon quien, en la introducción de su fundamental obra sobre
Cultura. El patrimonio común de los europeos (2006: 2-23), plantea el hecho
que nos levantamos cada día por la mañana gracias a un aparato que sintoniza una emisora de radio; tomamos el metro y durante el trayecto miles de ciudadanos leen un tabloide repartido gratuitamente, o escuchan música en sus
mini aparatos; nos sumergimos en tiendas y oficinas en las cuales las ofertas
de productos culturales son continuas; salimos por las tardes al cine o al teatro que son productos típicamente culturales; en nuestras vacaciones o fines
de semana visitamos ciudades que son grandes contenedores de patrimonio
cultural o bien visitamos conjuntos monumentales o parques nacionales que
constituyen las piezas más notables del patrimonio común. Así, los hogares
al despertar o el metro por la mañana vibran con el consumo de cultura. La
mayoría de la gente comienza el día oyendo música y cuando vuelva a casa,
millones de ciudadanos encenderán la televisión, los reproductores de video
o iniciaron una sesión de internet. ¡Nunca antes de esta época se había consumido tanta cultura!
Entre el consumo de cultura y otras formas de consumo hay, sin embargo,
algunas diferencias; la más importante es que este consumo, a diferencia del
de las pizzas, va acompañado de símbolos discretos de calidad, de distinción
o de clase. Ha de ser siempre una producción diferenciada, original y distinta,
de tal forma que cada libro, cada película, cada museo es una inversión que
conlleva el riego. Sin embargo, nadie duda que este consumible que llamamos cultura pueda ser una fuente de placer; pero sin olvidar que también
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son una fuente de prestigio; por ello, mucha gente prefiere a veces ir a una
exposición de arte o de arqueología que tomarse un helado en una terraza,
aun cuando lo segundo puede que le produjera mas placer que lo primero.
El consumo de arqueología forma parte de este enorme bagaje cultural;
reportajes más o menos rigurosos en los canales televisivos, películas cuyo
trasfondo puede ser la arqueología o films rodados en escenarios arqueológicos no son raros en este contexto. ¿Quiénes son los productores de esta
cultura? Puede que antes de ser productores de cultura, muchos hayan sido
consumidores; poco importa el medio utilizado para el consumo cultural.
¿Fue el cine? ¿Fueron algunos programas televisivos? ¿Fue alguna revista de
divulgación? En todo caso, el consumo de cultura suele desarrollar sus propios mercados; como cualquier otro elemento de consumo, cuanto más se
consume más aumenta el deseo de consumir. En el fondo, la industria cultural es una industria del placer y opera por retroalimentación. ¡Los productores de la cultura saben esto!
¿CONTENIDO VERSUS FORMA?
Deberíamos fijar nuestra atención en quiénes son los que hacen esto y por
qué hay tan pocos profesionales de la ciencia arqueológica detrás de estas industrias. Los que se dedican a esto, frecuentemente no es gente de ciencia; los
científicos no están con ellos y en el mejor de los casos son estorbos a los cuales hay que soportar. Lo que predomina es la forma sobre el contenido; suelen
desaparecer los grandes temas que cautivaron el interés del investigador y el
discurso dominante suele ser propio de mercaderes. Es como una especie de
bricolaje intelectual, en el que se mezclan en proporción variable, la publicidad, el diseño, la ciencia y la arquitectura. De esta forma, el museo es un escaparate en donde se muestran estos productos del bricolaje. Naturalmente, lo
interesante de la investigación, al menos en arqueología, es que cada trabajo
es diferente al anterior; cada yacimiento presenta una problemática distinta
y especifica, cada piedra, cada hueso es un mundo de incógnitas no siempre
resueltas. Es bien sabido que el mundo de la investigación está reñido con
el de la estandarización, pero la estandarización es el nervio de la industria
cultural, ya que sólo así multiplica el beneficio. Es por ello que vemos que
cuando en un museo arqueológico alguien coloca una réplica funcional de
un molino de rotación, si el ejemplo tiene éxito, se difunde; en todos hay
interactivos con estratigrafías, o piezas “rotas” que cual rompecabezas hay
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que reconstruir y así sucesivamente. ¿Cuál es la tarea del investigador que
honestamente se preocupa por la difusión del conocimiento? ¿Donde están
los límites entre la ciencia y el entretenimiento o el negocio? ¿Cómo poner
límites a los mercaderes? (figura 1).
¿HAY QUE TENER PRESENTE LA INTELIGENCIA
EMOCIONAL EN LA ARQUEOLOGÍA?
El patrimonio arqueológico tiene unas características diferenciales con respecto a otros tipos de patrimonio aun cuando participa de caracteres comunes. Al igual que el patrimonio artístico, la arqueología tiene la capacidad
de emocionar, incluso cuando los restos materiales que ofrece son escasos.
Saverio Scrofani, en su viaje a Grecia en 1799, ya el umbral del siglo xix, escribió entusiasmado:
¿Qué importa que Esparta, Atenas y Corinto hayan desaparecido
para siempre? El terreno donde se levantaron contiene aún en su seno
las ideas sublimes que inspiró en el pasado… ¡Y el silencio! El silencio
hará que me sienta conmovido y que suspire en este majestuoso teatro
donde tuvieron lugar tantas hazañas gloriosas.
Figura 1. Rodaje en la Ciudadela Ibérica de Calafell (Tarragona). ¿Donde están los límites entre la ciencia y el entretenimiento o el negocio? (fotografía Joan Santacana).
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No importa los motivos que tengamos para las emociones; el sabio erudito griego Rizos Neroulos, cuando en 1839 pronunció la conferencia inaugural de la Sociedad Arqueológica Griega, emocionó a sus conciudadanos
al decirles “estas piedras, gracias a Fidias, Praxiteles, Agorácrito y Mirón,
son más preciosas que los diamantes y las ágatas ya que es a estas piedras
a las que debemos nuestro renacimiento político”. La arqueología mantiene sin duda alguna el halo del romanticismo y por ello es posible todavía
vincularla a la aventura, a la expedición exótica y al misterio del pasado
remoto. Esta capacidad de emocionar la comparte sin duda con determinadas artes visuales o plásticas, tales como el cine, el teatro, la fotografía o
la pintura. Nos emocionan, conmueven o alteran las sensaciones de miedo,
terror, placer, rabia, sorpresa, alegría, tristeza, asco y muchas más. Y es que
existe realmente la denominada inteligencia emocional, es decir, una capacidad de relacionarse e interactuar con el entorno y con los demás. Así, es
innegable que hay emociones que están asociadas al placer, ya que cuando
tenemos una necesidad y la saciamos, inmediatamente experimentamos
una sensación agradable; hay también emociones que se relacionan con el
recuerdo; a veces parece como si en nuestra mente se abriera una carpeta
del ordenador central y nos mostrara recuerdos que habían permanecido
“cerrados” durante mucho tiempo. De la misma forma podemos afirmar
que hay emociones ligadas al descubrimiento; experimentamos una sensación agradable e indescriptible cuando descubrimos algo; ello no sólo se da
en el campo de la arqueología y de la ciencia; muchas personas sienten esta
sensación cuando identifican, basándose en detalles, un autor o un cuadro
en una galería de arte. También experimentamos sensaciones peculiares
cuando un elemento del patrimonio nos recuerda algo de nuestro país, de
nuestro universo cultural o ideológico. Todo esto está muy relacionado con
lo que se denomina inteligencia emocional. Hay personas que desde una
determinada posición erudita desprecian las emociones ligadas al patrimonio, cual si fueran manifestaciones espurias, irracionales y primitivas. Sin
embargo, la capacidad emotiva del patrimonio es real, existe y no hay nada
de malo en ello; ciertamente existen falsas razones para despreciar este universo emotivo de las personas. Al igual que el arte, que el teatro o el cine,
el patrimonio puede emocionar. Kavafis se emocionó ante las Termópilas,
no por lo que allí ocurrió, sino por su capacidad de significación. Por esto
escribió su bello poema:
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Arqueología, museología y comunicación
Honor a aquellos que en sus vidas
custodian y defienden las Termópilas
sin apartarse nunca del deber;
justos y rectos en sus actos,
no exentos de piedad y compasión (…)
EL APORTE DE CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
Sin embargo, a diferencia de otro tipo de patrimonio, el patrimonio arqueológico tiene la característica de aportar conocimiento científico. Junto a su
capacidad de emocionar, hay la capacidad de generar conocimiento científico; la arqueología es una disciplina fronteriza entre otras muchas. Requiere
de la física para conocer la materia, de la química para analizar, de la geología,
de la edafología, de la paleontología, de la antropología, de la historia, de
la ingeniería, de la virtualidad, de la arquitectura, de la microbiología, de la
anatomía humana, y de un sin fin de disciplinas más o menos instrumentales.
Es por esta razón que tiene un alto potencial educativo, y es capaz de generar
conocimientos transversales. Y la transversalidad es una de las grandes bazas
del aprendizaje.
Por otra parte, la arqueología implica siempre el desarrollo de una didáctica
basada en el objeto; quien no comprenda la importancia que tiene saber leer el
pasado en el cuello de las ánforas no puede comprender a los arqueólogos. Y sin
embargo, ¿qué educador no conoce las ventajas de enseñar a deducir a partir de
los objetos? ¿Quién no valora la capacidad que tiene un objeto de evocar cosas?
¿Cómo desconocer que los huesos a veces también hablan? Este es el segundo
valor educativo de esta ciencia; es la ejemplificación perfecta de la didáctica del
objeto. Una lata de Coca Cola o un vaso cerámico de campaniense nos pueden
decir mucho de las sociedades que tienen o tuvieron detrás.
Sin embargo, uno de los aspectos que hacen de esta disciplina un instrumento educativo de alto potencial es el método. Nuestros sistemas educativos tienen muchas debilidades como es bien sabido; una de ellas es el olvido
del método ¡La enseñanza de la historia ha padecido siempre este mal! Ya se
quejaba hace más de un siglo Rafael Altamira, cuando denunciaba que la enseñanza de la historia que se hacía –y se hace– en España era ametodológica
y vacía. Decía el erudito decimonónico que la historia era una disciplina que
los historiadores cocinaban en sus cocinas, elegían los ingredientes y servían
a los alumnos de escuelas y universidades los platos preparados sin que estos
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supieran nada de las fuentes primarias con las cuales habían sido elaborados.
¡Como si no tuvieran los alumnos capacidad de cocinarlos! Y naturalmente,
la historia, como la arqueología, sin método, es un engaño, es un mito.
La arqueología enseña a interrogarnos sobre problemas del pasado y del
presente; nos sugiere y plantea hipótesis de trabajo, nos remite a los restos
materiales y demás fuentes para apoyar las hipótesis y para ello hay que saber
analizar críticamente las fuentes, los restos, los objetos, clasificarlos, compararlos, en definitiva “leerlos”. Finalmente nos conduce a conclusiones, casi
siempre provisionales, modestamente planteadas ya que suelen ser mejoradas en cada generación, al igual que ocurre con la física o con cualquier otra
disciplina que se base en el método científico. ¡Y nos deja más preguntas de
las que resolvió! Esto es lo más educativo de la arqueología.
¡HASTA LOS LÍMITES DEL CONOCIMIENTO!
Finalmente hay que decir que la arqueología nos permite avanzar hasta los
límites mismos del conocimiento. Los arqueólogos y arqueólogas vemos el
mundo en dos dimensiones, en planta. Y nuestras hipótesis son sobre ¿cómo
eran los alzados? Para ello hay que utilizar hipótesis difíciles de demostrar,
hay que manejar la iconografía virtual, la proyección arquitectónica, la antropología cultural o el sentido común. Y es evidente que en este terreno de
arenas movedizas nos acercamos a los límites del conocimiento, hasta el preciso momento en el que la pregunta ¿cómo lo sabes? ya no obtiene una fácil
respuesta. Pero quien no se acerca peligrosamente a los limites no hace avanzar la ciencia y la arqueología es un disciplina que a menudo se mueve en los
límites de este conocimiento ¡Y esto también es educativo!
Hasta ahora parece que sólo he hablado de arqueología; pero en realidad
estamos hablando de educación, porque la función didáctica de la arqueología es mostrar todo esto; cautivar, emocionar, acercar al ciudadano al método
científico, mostrar los límites del conocimiento.
EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO ES EDUCATIVO PORQUE
MODIFICA LA FORMA DE PENSAR Y DE COMPORTARNOS
¿Y el museo? El museo es como la escuela; son instrumentos educativos.
Quien realmente debe educar es la familia, la ciudad toda. Educar es una
tarea colectiva y si no es colectiva fracasa. Los maestros y los museos pueden y deben enseñar cosas; pueden y deben educar, pero como instrumentos
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menores; cuando fracasa la educación, en realidad fracasa la ciudad y la sociedad como ente educador ya que se educa cada vez que se realizan acciones
que tienden a modificar positivamente el comportamiento y la forma de pensar de las personas. Por lo tanto, el museo tiene un papel modesto, pero interesante e irrenunciable en la tarea de educar. Ello es así porque nosotros, que
cada vez más vivimos inmersos en mundos virtuales, tenemos nuestros sentidos atrofiados; bebemos leche que no tiene sabor de leche; vemos imágenes
de personas que son construcciones casi virtuales, recibimos mensajes mediante instrumentos que anulan algunos de nuestros sentidos; nunca como
hoy estamos más alejados de la realidad, de lo real y tangible, de aquello que
contiene materialmente porciones de realidad. Y muchas de estas cosas reales y tangibles están en los museos.
Los museos han de servir para esto; y los museos de arqueología deben intentar cumplir este papel. Llevo muchos años de mi vida profesional viendo museos, muchos de ellos son de arqueología; en los últimos años han crecido muchísimo los centros de interpretación cuya finalidad también es la arqueología
de alguna u otra forma. Se trata de centros diseñados con una mentalidad en la
que se observa el triunfo del diseño, de la arquitectura y con una tecnología sofisticada de pantallas y audiovisuales. Casi siempre tratan de transmitir visiones
más o menos realistas del pasado; recrean virtualmente la realidad con mejor o
peor fortuna… y sin embargo, transcurrida la sorpresa inicial, aburren, generan
desinterés. En ocasiones estos centros de interpretación tienen un modesto yacimiento arqueológico a sus pies… Y ¡el museo no tiene ni la fuerza para generar
la curiosidad de los visitantes, que no acceden a las ruinas! Yo no tengo fe en este
tipo de equipamientos, porque no tienen capacidad de emocionar, ni de sorprender, ni me permiten descubrir, ni me enseñan el método, ni tan siquiera me
dicen cuando han traspasado los límites del conocimiento. Un torrente de dinero ha generado estos equipamientos, al margen de los intereses de la ciencia, de
los ciudadanos, de la escuela y del conocimiento. La museografía ha de educar
con otras herramientas. Pero esto ya es otro tema que no vamos abordar ahora.
YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS
ESCAPARATES DE LA INVESTIGACIÓN
Un problema muy distinto es transformar los yacimientos arqueológicos
en espacios de presentación del patrimonio, en escaparates de la investigación arqueológica. En España no hay mucha tradición en aplicar los
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Figura 2. Vista del parque arqueológico de Untherulhdingen, ideado por Schmidt a
principios de los años veinte del siglo pasado (fotografía Joan Santacana).
Figura 3. Detalle del parque arqueológico alemán de Unterulhdingen, un modelo de
yacimiento palafítico en la frontera suizo-germana (fotografía Joan Santacana).
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conceptos, métodos y técnicas de la museografía didáctica en este tipo de
espacios. No suele aceptarse que los yacimientos arqueológicos han de ser
también espacios para presentar el patrimonio arqueológico de forma rigurosa y a la vez didáctica. La tradición europea, en este sentido es mucho
más variada y rica. En setiembre del 2007, el Instituto del Patrimonio Arqueológico de Bohemia central, juntamente con el Centro Arqueológico
Europeo de Bibracte organizó una mesa redonda para debatir los temas
de gestión y presentación de estos yacimientos arqueológicos. No es la
única iniciativa en este sentido, pero sí que es la más reciente; sorprende la ausencia de investigadores españoles; no hay tampoco instituciones
públicas interesadas y es que nuestro modelo se aleja mucho todavía de
los parámetros de la Europa Central. La razón de ello, probablemente es
que los yacimientos europeos representados se inscriben en la corriente
de Museos al Aire libre, tan cercana a la de la museografía didáctica, ya
que normalmente incluyen reconstrucciones in situ. Las reconstrucciones
arqueológicas de hábitats prehistóricos desaparecidos en algunas zonas
de Europa no es una tradición reciente, ya que la primera experiencia en
este sentido fue en Dinamarca, en Broholm, hace más de cien años, bajo
la iniciativa de F. Sahested. El trabajo de reconstruir una cabaña se hizo
con los propios útiles de sílex, especialmente hachas y buriles. Al mismo
tiempo en Suiza, también hace más de un siglo, C. F. Bally reconstruyó
un pequeño yacimiento arqueológico de tipo “palafítico” en Schönenwed
(Cantón de Arvogie); en Alemania las primeras experiencias se remontan
al 1922, en Unterulhdingen, gracias a la iniciativa de R. R. Schmidt de Tubinga y su alumno H. Reinerth. Un estado de la cuestión de estas reconstrucciones europeas permite saber que después de estos primeros pioneros
fue creciendo en Europa y Norteamérica una auténtica red de yacimientos arqueológicos reconstruidos, entre los cuales se hallan conjuntos tan
singulares e importantes como Heuneburg o el propio Unterulhdingen en
Alemania, Parco Montale en Italia, Eketorp en Suecia, Calafell en España o
Biskupin en Polonia (figuras 2 a 11) (Santacana y Hernández, 2011: 223-242).
Estos espacios de presentación del patrimonio arqueológico son interesantes en la medida que incorporan fórmulas de arqueología experimental;
espacios científicos y didácticos por excelencia pierden su sentido cuando
pretenden únicamente fosilizar hipótesis arqueológicas, es decir, mostrarnos “belenes” del pasado. Su importancia reside en el hecho que a menudo
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Figura 4. Yacimiento de Parco Montale en Módena (Itália). Es un ejemplo de utilización del modelo de réplica para presentar un yacimiento arqueológico (fotografía
Joan Santacana).
Figura 5. Parco Montale (Módena, Italia). Interior de una de las casas (fotografía
Joan Santacana).
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la arqueología experimental es la única que puede validar las hipótesis de la
arqueología de campo. Al mismo tiempo son potentes herramientas didácticas siempre y cuando comuniquen no sólo los conceptos sino, sobre todo, los
métodos y los procedimientos. Esta divulgación didáctica del patrimonio no
sólo es útil para los ciudadanos, sino que es uno de los ejes fundamentales de
la conservación integrada de los yacimientos arqueológicos. Es por ello que
la Carta internacional para la gestión del patrimonio arqueológico, adoptada
por ICOMOS en 1990, en su artículo 2 dice que “La participación activa de
la población debe incluirse en las políticas de conservación del patrimonio
arqueológico (…) La participación se debe basar en la accesibilidad a los conocimientos, condición necesaria para tomar cualquier decisión. La información al público es, por tanto, un elemento importante de la “conservación
integrada”.
En los yacimientos arqueológicos habría que transmitir también el mensaje que “El patrimonio arqueológico es una riqueza cultural frágil y no renovable” (artículo 2). Es por ello que los investigadores deberíamos tener muy
presente también lo que reza el artículo 5 de la mencionada carta, a saber
“(...) Hay que admitir como principio indiscutible que la recopilación de información sobre el patrimonio arqueológico sólo debe causar el deterioro mínimo indispensable de las piezas arqueológicas que resulten necesarias para
alcanzar los objetivos científicos o de conservación previstos en el proyecto.
Los métodos de intervención no destructivos –observaciones aéreas, observaciones ‘in situ’, observaciones subacuáticas, análisis de muestras, catas,
sondeos– deben ser fomentados en cualquier caso, con preferencia a la excavación integral. (…) En casos excepcionales, yacimientos que no corran peligro podrán ser objeto de excavaciones, bien para esclarecer claves cruciales
de la investigación, bien para interpretarlos de forma más eficiente con vistas
a su presentación al público. En tales casos, la excavación debe ser precedida
por una valoración de carácter científico sobre el potencial del yacimiento. La
excavación debe ser limitada y reservar un sector virgen para investigaciones
posteriores”.
En efecto, la arqueología es una de las disciplinas que más ha cambiado en
los últimos treinta años; la incorporación de analíticas que nos permiten identificar el contenido de una vasija, era desconocido por la generación anterior
de arqueólogos; las fórmulas actuales de registro, con estaciones topográficas
muy sofisticadas nos ahorran engorrosos protocolos, los sistemas de teledetec-
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Figura 6. Fortín de Eketorp, en Suecia, perteneciente a la edad del hierro báltico,
reconstruido in situ (foto cedida por Roeland Paardekooper).
Figura 7. Foto del interior del yacimiento de Eketorp en Suecia (foto cedida por
Roeland Paardekooper).
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Figura 8. Yacimiento de
la Ciudadela ibérica de
Calafell (Tarragona) (fotografía Joan Santacana).
Figura 9. Yacimiento de
la Ciudadela ibérica de
Calafell. Detalle de una
de las calles (fotografía
Joan Santacana).
Figura 10. Interior de
una casa de la Ciudadela
ibérica de Calafell. (fotografía Joan Santacana).
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Figura 11. Biskupin. El gran asentamiento prehistórico de Polonia, reconstruido in
situ. Puerta de entrada con torre fortificada (foto cedida por el Museo de Biskupin).
ción y escáneres del suelo a base de georadar nos permiten conocer el subsuelo
con una precisión que hubiera sido envidiable por nuestros maestros. Todo
ello convierte a esta disciplina en un auténtico crisol de aplicación de técnicas
físico-químicas, además de la carga geológica que todo proceso de remoción
del subsuelo suele comportar. Todo ello nos permite realizar diagnósticos con
mayor rapidez y sin utilizar necesariamente técnicas agresivas como la excavación arqueológica total. Además hoy, más que antaño, somos consciente de la
rápida evolución de estas tecnologías que hace que una excavación realizada
con buen método hace tan sólo unas décadas nos parezca ahora “antigua” y, a
veces lamentemos incluso, haber agotado el yacimiento, ya que técnicas hoy
existentes nos hubieran permitido conclusiones que en su momento no pudieron ser extraídas y, por lo tanto, su información potencial se perdió.
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Es por todo ello que las políticas y estrategias de comunicación de los grupos de investigadores deberían orientarse a plantear no solo lo que sabemos
del yacimiento arqueológico en cuestión, sino también el cómo lo sabemos y
hacerles partícipes en la conservación del mismo.
BIBLIOGRAFÍA
Sasoon, D. (2006): Cultura. El patrimonio común de los europeos. Crítica. Barcelona.
Santacana, J. y Hernández, F. X. (2011): Museos de Historia, Entre la taxidermia y el
nomadismo. Ediciones Trea, Gijón.
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